Ni
el derrocamiento del vetusto y carcomido edificio de la dictadura
porfiriana, ni la transacción equivocada que presidió De la Barra, ni la
desvirtuada administración de Madero, en todas las cuales se puso de
manifiesto el fracaso de las especulaciones filosóficas y políticas de
los hombres de la clase media, lograron hacer variar la actitud de
Emiliano Zapata, quien pretendía implantar reformas radicales que
garantizaran el mejoramiento de las clases populares, anhelo muy justo
que comprendió en el Plan de Ayala,
cuyos postulados, defendidos en esencia más tarde por un grupo de
idealistas, forman la médula de la Revolución Mexicana que, por este
solo hecho, tomó su verdadero carácter de reivindicadora de la clase
laborante, que todavía hoy, ya despierta y fiada en sus propias fuerzas,
vela y espera el triunfo definitivo.
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